Deja de vivir un guion dictado por los demás y entra en escena.
Cuando recién terminé mis estudios secundarios era aún una adolescente y me enfrenté a la situación de elegir una carrera universitaria.
Con la presión de que además “me debía asegurar un futuro empleo para garantizarme un buen ingreso”, sin claridad ni mayor orientación, decidí.
Para mi fortuna, dicha carrera se podía estudiar en la misma universidad de donde mi abuelo era egresado y creí tener la suerte de mi lado, pues él era muy amigo del rector.
Así sentía que mi cupo estaba asegurado. Llame a mi abuelo ese mismo día y le conté mis intenciones. En la ingenuidad de mi juventud asumí que todo estaba arreglado.
El proceso de selección arrancó con una entrevista grupal, en la cual habían personas para las cuales esta era incluso su segunda carrera.
Los candidatos tenían una amplío conocimiento, contaban con las competencias e incluso eran políglotas.
En ese momento supe que los otros candidatos contaban con la preparación y la certeza de su elección que yo no tenía.
Mi abuelo que guardó silencio durante todo el proceso, era un hombre de valores infranqueables y por supuesto, nunca hizo nada para que tuvieran alguna preferencia conmigo.
Cuando publicaron el listado de las personas que habían sido admitidas, yo no estaba, y en mi reacción normal de adolescente, sentí que el mundo se había acabado.
Asumí, que todos estaban en mi contra y por supuesto empecé a buscar los culpables, mi abuelo, mis padres, el colegio. Todos tenían la culpa, menos yo.
Jamás estudié esa carrera y esta anécdota la recuerdo hoy con mucho cariño, como una gran lección de vida.
Sin embargo, hoy reflexiono sobre ello, porque cuántas veces en nuestra vida adulta seguimos tomando ésta misma actitud inmadura.
Nos sentimos víctimas de los demás y de las circunstancias, creemos que el mundo confabula en contra de nosotros y nos quedamos anclados en el pasado.
Culpando a otros por las situaciones dolorosas que hemos vivido y esperando que las circunstancias externas o los demás cambien.
Siempre la culpa de nuestra infelicidad, conflictos y falta de logros la tiene alguien más, el gobierno de turno, nuestros jefes, colegas, pareja y hasta nuestros hijos.
La queja es permanente y tenemos la expectativa de que alguien decida por nosotros y resuelva nuestros problemas.
Si bien es cierto que, no somos culpables de muchos de los tropiezos en nuestra vida, asumir el rol de víctima nos hace ser dependientes.
Sin poder alguna sobre nuestra existencia, porque no podemos regresar al pasado, cambiar a los demás y las circunstancias escapan a nuestro de control.
Por el contrario, si asumimos la responsabilidad de nuestra vida, tomaremos decisiones y actuaremos para superar las dificultades y resolver los problemas.
Solo así, crearemos nuestro propio guion para ¡Entrar en escena!.
“No soy producto de mis circunstancias, soy producto de mis decisiones”
Stephen Covey