Una de mis grandes pasiones en la vida es viajar, es de aquellas cosas que como dice el comercial “no tienen precio”.
Mi experiencia empieza desde el mismo momento en que decido hacer un viaje y empiezo a planearlo.
Días o incluso meses antes, me embarga la emoción de descubrir todo lo que hay que conocer y es tanto mi entusiasmo que la noche anterior no duermo.
Ya en el avión, tren o vehículo no hay marcha atrás, tomo un respiro y ¡Comienza la aventura!
Más allá de hacer turismo, para mi viajar ha sido una de mis mejores escuelas de vida ya que al salir de mi entorno habitual, me obliga a desapegarme de todo lo conocido.
Salir de mi zona de confort y explorar lo nuevo, con lo cual se activa mi creatividad y se expande mi forma de pensar, “abro mi mente”.
Me hace más humilde al ver la magnitud del planeta, más tolerante y menos ignorante al desvirtuar todos las creencias y prejuicios que pude tener.
Me permito conocer nuevas culturas y me doy cuenta que son justo esas diferencias, las que hacen la experiencia alucinante y extraordinaria.
Así, con una óptica más reflexiva, valoro más lo que tengo y reconozco lo que puedo mejorar, al tener la oportunidad de conocer personas con realidades distintas.
Además en los viajes, rara vez todo es perfecto o sale como lo planeamos, lo que me obliga a ser flexible.
Tomar decisiones, resolver problemas, adaptarme y continuar. Lo que me obliga lidiar mejor la incertidumbre, ser más paciente, recursiva y soltar más para poder disfrutar.
También, reconozco que, no sé tanto como pensaba, ya que el mundo es más vasto de lo que me han contado o he leído. Estando más curiosa y dispuesta a aprender.
El por ello que viajar te transforma porque, es una travesía de descubrimiento interior del que nunca regresarás siendo el mismo.
“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”
Marcel Proust