Perfeccionismo: obsesión por perseguir algo que no existe
Muchos años de mi vida los pasé creyendo que el perfeccionismo era una de mis cualidades, hasta que me di cuenta del alto costo que tenía.
Era rígida en mi pensamiento, muy crítica conmigo misma y con los demás, incansable, implacable y fácilmente irritable.
Lo que en la vida práctica se ve reflejado en infelicidad, agotamiento, intranquilidad, ansiedad y estrés por la poca tolerancia al error.
Pero, en muchas de nuestras culturas se nos prepara, se nos compara con los demás y se nos educa para la perfección.
Que aunque sabemos que no existe, de forma inconsciente es un concepto que tenemos muy arraigado en nuestro subconsciente colectivo.
Lo que nos hace pasarla muy mal por nuestra pésima relación con el error que, nos lleva a autocriticarnos y desconfiar de nosotros mismos, tras una equivocación.
Así, pese a que en nuestra sociedad se fomente la competitividad y se celebre la perfección lo cual no tiene nada de malo, perseguir ser perfecto es innecesario.
Ya que no tiene sentido alcanzar la excelencia a costa de la felicidad y por el contrario puede afectarla cuando al querer alcanzar lo imposible, creemos que hemos fracasado.
Perspectiva irreal que, nos lleva a sentir culpa por una ejecución que consideramos que no está a la altura, afectando nuestra autoestima.
El perfeccionismo lleva a la improductividad
Contrario a lo que se puede pensar, ser perfeccionista puede llevarnos a ser improductivos.
Ya que en nuestra mente es claro que queremos alcanzar el resultado pero, no aceptamos el resultado “sin errores”.
Por lo cual tomamos más tiempo en la ejecución de una tarea sacrificando el tiempo para otras que pueden tener igual grado de importancia.
Tendemos a no delegar y evitamos trabajar en equipo ya que, sólo confiamos en que nosotros somos los únicos que podemos hacer un trabajo impecable.
El extremismo de todo o nada nos puede llevar a procrastinar
Aunque ser perfeccionista lo podamos relacionar con la determinación, muchas veces el extremismo de todo o nada nos puede llevar a posponer las tareas.
Así ejecutamos solo cuando creemos que tenemos las capacidades suficientes, los recursos necesarios o las circunstancias ideales para ejecutarlo libre de errores.
Pero, si dicha coincidencia no se llega a presentar, el miedo al fracaso puede paralizarnos para nunca hacerlo. Procrastinación que, tiene el efecto nefasto de no cumplir nuestros sueños.
Hecho es mejor que perfecto
Por el contrario, si abrazamos el error como el mejor medio de aprendizaje, nos hará confiar en nuestra resiliencia.
Con la confianza de que si nos caemos, nos podemos levantar cuantas veces sea necesario.
Disfrutando el presente, sin quedarnos ronroneando con lo ya realizado y aprovechando las oportunidades futuras sin miedo al fracaso, teniendo como premisa que hecho es mejor que perfecto.
Es claro que, no podemos dejar de ser perfeccionistas de un día para otro, pero al aceptar este rasgo de personalidad que se imprime en todo lo que hacemos, podremos asumir nuestra vulnerabilidad.
Siendo conscientes de vivir con mayor flexibilidad, aceptación y apertura, reconociendo nuestras fortalezas y debilidades.
Para ser más felices, humanos y auténticos, disfrutando con tranquilidad de los diferentes matices que la vida nos ofrece.
“La perfección es una pulida colección de errores”
Mario Benedetti