Esa foto captura un vívido recuerdo, el primer día de colegio de mi hija. En ese momento, como mamá todos los miedos me asaltaron. Desde preocupaciones sobre si el autobús sería seguro hasta si mi hija se sentiría bien en su nueva escuela. La lista de inquietudes parecía interminable, y mi mente no dejó de dar vueltas a estas preocupaciones durante toda la mañana.
El patrón de preocupación constante ya se había apoderado de mí años atrás. En algún momento de mi vida, me di cuenta de que mi malestar emocional provenía de la preocupación constante, pensamientos repetitivos que me hacían recrear los peores escenarios en mi mente una y otra vez.
El origen de todas las preocupaciones: el miedo
Para mi fortuna, pude reconocer a tiempo que el origen de todas esas preocupaciones es el miedo. Un temor profundo a la pérdida, que si no le daba una adecuado manejo, me llevaría al apego. Apego que como mamá me conduciría inevitablemente a la sobreprotección, haciéndome ver riesgos en todas partes, al mismo tiempo, que subestimaba la capacidad de mi hija y la mía para enfrentarlos.
Confianza en la capacidad de enfrentar los retos
Sin embargo, llegó un punto en el que entendí que, aunque las preocupaciones nunca dejarían de llegar, podía cambiar la forma en que hacía frente a estas. Me volví entonces más consciente, lo que me llevó a aceptar que no podía mantener bajo control todos los posibles riesgos, pero, lo que estaba en mis manos controlar, era mi respuesta a los miedos que estos me producían.
Esta conciencia me permitió dar a mi hija la libertad que necesita para vivir plenamente. Permitiéndole tomar sus propias decisiones, confiando en su capacidad para enfrentar sus desafíos. Aprendí así a dejar ir el exceso de protección, fomentando su independencia.
Proteger sin coartar la autonomía
Comprendí que, en última instancia, el mayor trabajo por hacer estaba en mí misma. Necesitaba establecer límites claros sobre lo que significaba cuidar a mi hija sin sofocar su autonomía. Y al hacerlo, le permití fortalecer su autoestima y distinguir entre el apego que proviene del miedo y el amor que se nutre de la confianza.
Del miedo a la libertad como mamá
De esta manera, al enfrentar mis miedos y preocupaciones, aprendí que el amor auténtico permite ser. Con un doble beneficio ya que, al liberarme de la preocupación constante, permití a mi hija ir creciendo como la persona independiente y segura de sí misma que es. Y como mamá, mi mayor logro y felicidad es verla crecer con la confianza y la valentía suficientes para permitirse conocer y vivir el mundo, sin que mi miedo se lo impida.