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Todo es temporal

Todo llega, todo pasa y todo cambia.

Ad portas de un nuevo año es inevitable sentir el paso más rápido de los días y la nostalgia por el proceso de dejar ir.

Como cuando en el otoño los arboles pierden sus hojas preparándose para el invierno pero, luego emergen aún con más belleza y esplendor en la primavera.

Todos sin excepción, cambiamos y aunque dejar ir lo que no nos sirve, debería ser un proceso espontáneo, la mayoría nos resistimos.

Nos apegamos a las personas, los objetos, los papeles, el estatus o a los lugares; en un intento fútil de buscar la felicidad duradera, en todo aquello que es transitorio.

Así por ejemplo, los apegos al pasado nos pueden llevar a sentir rabia y resentimientos por lo que consideramos que alguien nos hizo.

Descontento y sufrimiento por alguna situación difícil que tuvimos que atravesar o culpas y remordimientos por lo que creemos que debimos haber hecho y no hicimos.

Manteniéndonos anclados a hechos que ya no tenemos opción de cambiar pero, si de aceptar y superar.

Por el contrario, el apego a algo que no tenemos y creemos que nos hace falta, nos lleva a proyectar nuestra vida hacia el futuro.

Por la convicción de lo que se supone, eso nos traerá o hará de nosotros, generándonos una sensación presente de ser seres incompletos y negándonos a ver diferentes alternativas.

Viviendo con la ansiedad y el estrés de no tenerlo, la preocupación permanente de cómo obtenerlo y el miedo a nunca llegar a conseguirlo o perderlo.

Por ello, cuando aceptamos que todo llega, todo pasa y todo cambia, esta perspectiva de temporalidad nos permite comprender que es inútil aferrarse a algo.

Ya que todas las cosas vienen y van en nuestra vida; permitiéndonos ser más conscientes de nuestra propia inpermanencia y la de nuestros seres queridos.

Centrando nuestra atención en vivir el presente, disfrutando de los momentos compartidos y agradeciendo por todo aquello que tenemos en nuestra vida.

Con un esfuerzo consciente para asimilar que el cambio es permanente y siempre es una oportunidad para dejar ir el pasado y trazar una nueva ruta de vida.

Disfrutando del proceso, sin apego a las expectativas. Reconociendo que nunca hemos tenido ni tendremos nada bajo nuestro control.

Viendo los desafíos como lecciones para aprender y trascender, adaptándonos de mejor forma al cambio, al fluir de forma natural con la incertidumbre.

Con una mejor disposición para vivir cada experiencia, con plena consciencia de que así la juzguemos como positiva o negativa, esta siempre es temporal.

“Ningún hombre puede pisar dos veces el mismo río, pues nunca es el mismo río y nunca es el mismo hombre”

Heráclito

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